13 sept 2010

La Libertad y el Amor (VI)

Tomada de Internet



(…) Me puedo enamorar de muchos objetos al ver el reflejo del amor en ellos, personas, paisajes, obras de arte. Me enamoro de la sonrisa de un niño o de la puesta de sol entre las montañas. Pero, ¿qué sucedería si, desengañado de los objetos de amor limitados volviera mi mirada hacia el amor mismo? No sería necesario empujarnos para amar el amor. En el momento en que lo descubra me enamoraré irresistiblemente de él.

El amor no está condicionado a nada exterior. Y si viéramos que una persona, por la plenitud que expresa, por su libertad y amplitud de conciencia, por la pureza de su mente, vive el verdadero amor, nunca habría que imitar lo que hace, porque no añadiría nada a nuestra comprensión actual. No nos sacaría de la ignorancia.

Lo que sería inteligente es hacer la investigación en nuestra conciencia para llegar al amor, como aquella persona con seguridad lo hizo. Nadie puede ahorrarnos esa investigación. Es necesario abrir un camino inteligente. Y si lo abrimos, encontraremos que ningún esfuerzo es necesario para amar, porque el amor está ahí siempre. Nos parece que está en otro lugar, en otra persona, que hay que alcanzarlo. Pero ¿cómo lo alcanzaríamos si no estuviese en ningún lugar, si nosotros mismos fuéramos el amor que anhelamos? ¿Cuándo nos daremos cuenta de que no se puede conquistar el amor porque es lo que somos?

Todo lo que se ha ido adhiriendo a nuestra mente a lo largo del vivir, ha ido formando una imagen de lo que el amor significa para nuestra vida. Pero hasta eso ha de ser demolido, aunque temamos que nuestra vida sea arrasada junto a ello. Se ha llamado renunciación a esta limpieza de prejuicios o errores.

(…) La renuncia es la vivencia más satisfactoria por la que un ser humano puede pasar. Es una liberación, es sentirme libre para ser lo que soy. No hay represión en el renunciar verdadero, sino expansión sin límites. No hay que desasirse del amor humano, sino purificarlo, tal como hacían los alquimistas cuando buscaban el oro en estado puro.

La verdadera felicidad está dentro de mí, impulsándome hacia aquel misterioso descubrimiento de encontrarme con lo que soy. Es mi propio ser. Aceptaré esto al verlo con claridad y aún con la simple intuición, porque mi corazón ya sabe que es así. Mi anhelo profundo de ser, la conoce porque la soy. La conoce desde ese lugar insondable donde casi no me atrevo a penetrar. Allí donde parece no haber sino vacío.

No dejo de creer que seré feliz cuando las cosas sucedan de cierta manera. Aunque las cosas por su misma irrealidad son incapaces de tocar la felicidad que soy. Tal vez la felicidad no se presente aquí y ahora de una manera específica. Pero el manantial de toda felicidad puntual que nace en el tiempo, esa fuente inagotable que brota de mí mismo, esa no la puedo perder. Podría desde luego pensar que la he perdido. La consecuencia de este error sería desastrosa, porque viviría entonces mendigando los atisbos, los vislumbres de la felicidad que soy y no puedo dejar de ser. ¿Desistiré alguna vez de buscar la felicidad imaginada? ¿Dejaré de limitarme a formas o maneras de ser feliz? ¿Permitiré que lo que ya es y soy, se manifieste en mi vivir?

La vida está cambiando de momento a momento para liberarnos del tiempo. Pero no lo vemos, encerrados como estamos en la imagen de la felicidad que perseguimos. Queremos que nada cambie a partir de un suceso feliz. Queremos que la persona no se mueva del sitio en que la colocó nuestra fantasía, que no respire a ser posible, para que no pierda aquella imagen de felicidad soñada. A esto solemos llamar amor. Es el intento siempre fallido de inmovilizar algo que es movimiento por naturaleza, porque es hijo de la temporalidad.

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