Propongo un nuevo tiempo algo paradójico, pues aunque lo que se difiere pertenece al pasado, diferir lo que aún no ha ocurrido, en tanto es recreado, necesariamente aumenta las posibilidades de vivirlo. Claro es que en función de lo convencida o no que esté de que, creer y crear, van indisolublemente unidos en la práctica del libre albedrío.
El futuro simple, qué decir del compuesto, suele ser un espacio lleno de contradicciones. Por un lado están los deseos que, en lo que respecta al afecto, están repletos de anhelos. Y ya conozco la secuencia:
Un anhelo es un deseo vehemente.La vehemencia, además de fuerza y pasión, conlleva una cierta irreflexión plagada de impulsos.Los impulsos incitan, sugestionan, fascinan, inspiran actos involuntarios en los que una a veces se implica sin darse cuenta de cómo ha ocurrido.
Por otro lado rebosan los miedos. A cada anhelo le sigue el suyo como una sombra; y en constante forcejeo traducen en la experiencia insospechadas ecuaciones, acordes con el grado de confianza que el anhelo contenga; siendo esa confianza igual al afecto que, de hecho, no sólo de palabra, me profese a mí misma.
Curiosamente, cuando una se ama como en autenticidad se merece, ni más ni menos que al prójimo, sino igual, es raro el empeño en algo que traduzca sufrimiento. Porque el dolor, intrínsecamente unido al placer, hasta el punto de que ninguno de ellos existiría sin el otro, sólo hace del sufrimiento una opción más. Cierto que irresistible cuando el anhelo cristaliza en la memoria; pero no más irresistible que la adicción al placer, con quien guarda una proporcional relación.
El anhelo deviene a menudo de una incongruencia intrínseca: lo que pienso y lo que siento padecen desacuerdos.
Razono lo que pienso, mas creo no poder razonar lo que siento.
Me digo que lo siento y punto, al tiempo que me convenzo de que todo se solucionaría si lo que siento fuera más de verdad que lo que pienso. Mas no le doy opción a "su verdad" en tanto ignoro qué provoca realmente.
Tirar del cabo de las emociones y los sentimientos para verbalizarlos da auténtico miedo, no suficientemente reconocido; porque junto a todo el proceso, el juicio inmarcesible anda siempre al acecho. Quizá eso explique la hipnosis con la que escindo la voluntad, barnizándola con un largo rastro de peregrinas excusas que inconscientemente tal vez, obedecen a una misma causa. Negándome así toda posibilidad de llegar a un acuerdo entre lo que estoy sintiendo y lo me digo estar pensando.
Con el futuro diferido puedo reactivar mi voluntad de conocerme y practicar mi confianza, deshaciendo incongruencias en la plaza en la que mis dos partes pactan sus condiciones acorde con lo que yo realmente quiero.
La cuestión es que si lo que yo realmente quiero no está hecho de amor incondicional, sino de necesidad condicionada, es complicado que otro me lo proporcione a mi gusto y al suyo al mismo tiempo; por esas cosas de las libertades individuales, mal asumidas y peor administradas.
Si quiero obtener satisfacción en mis relaciones, tanto dentro como fuera de mí, parece que tengo que poner un poco de orden en la voluntad; y aunque los frentes parecen muchos, sé que la causa común a todos ellos siempre seré yo.
Al futuro diferido me presto, y para que el valor no me falte, al juicio no doy asilo, pues quererme es, desde ahora, el anhelo que sin duda inspirará la lucidez de todos mis actos.
Dedicado a los que quieren ser expertos en sí mismos.
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Dibujo tomado de Internet.
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